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Carloforte y la isla de San Pietro son unas tierras de vacaciones, pero también un lugar de luchas históricas entre el hombre y el mar, donde el mar es amigo y enemigo al mismo tiempo.
El pequeño transbordador va y viene, y en veinte minutos de viaje Carloforte aparece inmediatamente en la proa: se reconoce la silueta inconfundible de sus edificios del siglo XVIII, del puerto, del paseo marítimo de los Battellieri y del paseo Cavour.
Es una placer dejar atrás el estrés de la ciudad para disfrutar de este ambiente totalmente diferente, relajante y desefadado como lo es Carloforte. El ambiente recuerda un poco al de Ibiza, algo bohemio, pero mucho más tranquilo.
El nombre de Carloforte es conectado a la famosa pesca del atún. Durante décadas, los pescadores de la isla ha vivido gracias a las formidables pescas. Una actividad creada para garantizar la supervivencia de las familias que en el tiempo se ha convertido en un sector rentable, en la que los carlofortinos han invertido la totalidad de su propio futuro.
Los años setenta en cambio marcaron el final de una fuente que parecía inagotable. Los propietarios extranjeros pensaban la captura del atún, dispuestos a utilizar las tecnologías más imponentes para dejar ya en aguas internacionales el paso de los peces preciosos. Y desaparecieron casi totalmente. Así aquellas injustas pescas, finalmente se han interrumpido.
Todavía equipadas con las herramientas y máquinas de la época, que los carlofortinos usaban para la transformación del pescado y para envasarlo en las famosas cajas de color amarillo. Casi un símbolo para una ciudad cuya origen no es mucho más lejana de trescientos años.
Si los historiadores nos dicen que en su pasado han salido los Púnicos y más tarde también los Romanos, es cierto que los unos y los otros no se quedaron en la isla mucho tiempo, tal vez un poco atraídos por una isla donde la única riqueza es la naturaleza. En aquellos tiempos se buscaban otras cosas, el granito de las costas de Gallura o también puertos reparados, donde pasar en las largas rutas comerciales. Así que los Púnicos simplemente erigieron un templo y los Romanos construieron pequeños asentamientos que abandonaron pronto.
Los primeros que la eligieron residencia fija fueron pues los tabarquinos, una colonia de pescadores y recolectores de coral de origen ligur que vivía en la isla de Tabarka y en Túnez. Cansados de ser objeto de continuo hostigamiento por piratas bárbaros, preguntaron al rey Carlo Emanuele III, que había unido San Pedro al reino de Piamonte, de poderla repoblar. El rey acordó sus permiso y los Tabarquinos, como signo de gratitud, llamaron Carloforte sus ciudad. En la nueva tierra sigueron viviendo de la pesca, entre miles vicisitudes y dificultades.
La dureza de aquellos acantilados, la desolación de aquellas playas de pureza deslumbrante, la vegetación pobre pero verdadera e la isla, ahora representan una tarjeta de visita extraordinaria, casi única para aquellos que buscan unn Cerdeña auténtica. Ninguna extensión de cemento, ningún puerto de oro, ninguna catedral erigida en honor del dios del turismo. Sólo la realidad de una vida todavía en contacto con el mar, vivida entre las dificultades que el aislamiento de una tierra ya aislada entrañan. Combinada con los signos de la historia reciente, pero sugerente. Este es el encanto de Carloforte: la autenticidad. Defendida con orgullo por sus habitantes e incluso por el mar. Un mar fuerte, indomable, cuyo incesante estruendo suena casi como una advertencia.
Guardia dei Mori, es el punto más alto de la isla. Desde la cima de la colina, la "jarra", donde hay ruinas de un antiguo faro abandonado, la mirada se puede ejecutar sin límites en todas las direcciones, a lo largo de un hermoso bosque de pinos que rodea la colina. San Pedro no tiene una rica vegetación. Sus pinos, sin embargo, son numerosos y densos, como lo eran una vez los enebros, y luego derribados uno por uno para construir la ciudad. Y es un paisaje dulce y monótono, interrumpido por pequeñas casas, de color blanco, sencillas.
Aquellos que buscan las playas, las costas y el mar con muchos peces tiene muchas elección a disposición. Desde la playa de Girin hasta la de Punta Nera, a la fantástica playa Bobba, diez minutos a pie de las famosas Columnas, dos columnas de piedra roja que surgen a veinte metros de la costa y representan el símbolo de la bellezas naturales de Carloforte. Una vez más, continuando por la carretera costera, la Costa della Mezzaluna con la magnífica cala con el mismo nombre, quebradas por acantilados y hermosas cuevas. Y se podría continuar con las costas occidentales, donde se encuentra inmediatamente la playa de Spalmatore. Y más, Cala vinagra, Cala Fico y Capo Sandalo, una sucesión de paisajes increíbles interrumpidos por minas abandonadas, pequeñas casas, bosques de pino y rocas volcánicas. Una vista única, para explorar paso a paso una serie de fascinantes descubrimientos, entre la dificultad de los senderos, caminos inaccesibles y difíciles subidas. Un fragmento de paraíso, repiten los visitantes que vienen cada año a miles. A media hora de distancia de la tierra.